Hoy he colgado el letrero con
mi nombre en la puerta del bufete. Mario nunca lo sabrá, pero el suyo figura
también, embadurnando las paredes, bajo el papel pintado. He recordado cuando
volvía con hambre del colegio y el suministro eléctrico se mofaba de una nevera
sin recursos. Siempre quería albóndigas con muchas patatas, porque estaba en
pleno crecimiento. Con los lápices de mamá aprendí a dibujarle sus comidas
favoritas. Se relamía. Esa tarde hacía frío. Le pinté una estufa y mantas con
el rostro de mamá, para que no la echara en falta. Porque era la mayor. Porque
se lo prometí. De madrugada, llegó papá trastabillando. Nos hicimos ovillo
cuando abrió la puerta. Mario dibujó en la pared un escondite que me pudiera
proteger, como cientos de veces vio hacer a mamá… En mi mesa: un portátil, sus
fotos infantiles y los lápices que no consiguieron dibujarle una vida.
Ganador mes de febrero. Microrrelatos de Abogados.
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