27 enero 2013

Manías ¿Quién no las tiene?



Tengo muchas manías y con el tiempo he ido adquiriendo más y más y más hasta llegar a ser experta en la materia.

Para empezar diré que no soporto poner los brazos en una mesa que esté llena de migas.


 
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Viajar en metro; no lo aguanto. 
Habitualmente pienso que me voy a marear y, casi siempre, soy fiel a mis pensamientos. Viajo poco porque es tedioso, tan lleno de gente y con un calor sofocante.

 Esa de rojo, no soy yo...

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Nunca bebo en un vaso que no esté lo suficientemente seco.


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Siempre me dejo un culín por beber cuando tomo café... ¡Soy la leche!.


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Cuando leo el periódico, tengo la manía de empezar por detrás. Esto es así de siempre, no es algo adquirido recientemente... Las revistas, también.



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En invierno, al dormir, siempre dejo un pie fuera de la manta. Cuando noto la congelación le meto y saco el otro...


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No puedo sentarme en un sitio que alguien haya dejado caliente. Si no me queda más remedio me siento de lado, casi en vilo hasta que comprendo que se ha enfriado.



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Manía que es casi obsesión por el pan de molde sin abolladuras; inmaculado. Lo transporto del super a casa como si fuese un recién nacido. Todos los cuidados son pocos para lucir perfectas y cuadradas mis tostadas. 

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En el coche siempre llevo música y voy cantando; me encanta. Pero, al aparcar, tengo que apagarla... ¡otra manía!  Si no lo hago así no puedo, no me sale y me hincho a hacer maniobras.


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A propósito, y si se pueden contar, ¿qué manías tienes tú?








19 enero 2013

Pacto de silencio (publicado en Letralia)



El pasado verano surgió Pacto de silencio, un relato que habla de Delia, de Mariano y de un grupo de hombres que deciden callar...

Letralia (revista de escritores hispanoamericanos en internet) decidió que el relato estaba dentro de su línea editorial y lo publicaron; de eso hace ya un par de meses. Hoy lo rescato y lo traigo de nuevo. 

Si os apetece, podéis leerlo en la revista, o aquí mismo en la entrada original.



Y el cuento comenzaba así:


"Delia Noriega llegó a Villafranca atravesando la Cuesta de San Judas, arropada por una noche cerrada; la más oscura y fría de todas las que eran capaces de recordar los lugareños más ancianos. Arrastraba sus maltrechos pies descalzos con la mirada perdida en la negrura. Sin ropas de abrigo; apenas cubierta con unos jirones de lo que pudo ser un vestido de raso azul cielo. Las mangas tres cuartos, dejaban al descubierto unos antebrazos delgados, repletos de morados y marcas de lo que parecían dentelladas de alguna fiera. Las manos finas, menudas y amoratadas cubriendo su desnudo pecho. Los cabellos enmarañados, de un color indefinido entre ocre arcilla y sangre…"


 




13 enero 2013

El paraíso





Amaneció temprano. Un rayo de sol se coló entre las hojas de arecácea produciéndole un guiño molesto en los ojos. Bostezó y se desperezó estirando sus brazos cuán largos eran. La mar estaba mansa, como una corderilla recién parida; nada que ver con la bravura de olas del día anterior. Dispuso aprovechar la mañana para darse un baño. El ejercicio es bueno para desentumecer los huesos por lo que decidió hacerse unas brazadas en la azulada cala antes de almorzar.

Demasiados años había pasado sujeto a férreas disciplinas laborales con lo que este descanso le sabía a gloria bendita. Vegetación de todos los colores imaginables, aves trinando en absoluta libertad, el rumor del mar como sintonía de fondo... “¡Menudo paraíso!, el sueño de cualquier mortal”. 
Sin horarios abultados, sin contaminación, sin huelgas de transportes, sin broncas… Tan sólo sol y playa: las vacaciones perfectas.

Tras el baño se tumbó en la orilla dejando que las pequeñas olas, que llegaban ya rotas, le acariciaran y se detuvieran a jugar con su cuerpo. Caricias de agua y arena blanca tan dulces que quedaba extasiado, rendido y en paz.

Allí, recostado, con los brazos en cruz y los ojos cerrados notó de repente esa angustia que, una vez más, se afanaba en asfixiarle. Era entonces cuando la realidad y los recuerdos volvían a hacerse presentes en su mente; sin orden, todos agolpados…



 
Comenzó a caminar por la orilla; era lo que más le serenaba. 

Los últimos dos años habían sido especialmente duros tras el accidente. Abandonar el trabajo, las rutinas diarias, el estrés, pero -sobre todo- la familia… ¿Qué sería ahora de ellos?...

             “¡Socoooooorro!... ¿Es que nadie va a venir a rescatarme?...”
  

 

07 enero 2013

…Como buenos hermanos






Nunca he visto mayor expresión de felicidad en la cara de alguien, que el día en que le dijimos a mamá que nos íbamos de casa. Ese mismo día papá decidió dejar de beber.

Creímos que ya era tiempo de tomar las riendas de nuestras propias vidas y no estar siempre dependiendo del arbitraje de nuestros padres.
 
Mi hermano Manolo y yo alquilamos un pisito en la otra punta de la ciudad, lo más lejos posible de la casa paterna, y no es que no quisiéramos estar cerca de ellos, que no era ése el caso, sino que pensamos que papá y mamá necesitaban tomarse un respiro y perdernos de vista; al menos por un tiempo.


Desde niños no fuimos, lo que se dice, unos chicos fáciles. Pasábamos el día entero peleando. Incluso creo que -en la gestación- Manolo me intentó estrangular; si no, ¿cómo se explica que naciera con una marca amoratada de unos dedos en mi cuello?

¿Motivos?... A cientos. Que si por el biberón, a ver a quién se lo daban antes. Por los juguetes o por el color de la bici. Por el traje de comunión; yo quería de marinero y él de almirante de gala, y siempre la bronca más gorda se disputaba a la hora de elegir la indumentaria para el derby Madrid-Atleti… Manolo es sufridor por naturaleza.

No recuerdo ni un solo día de nuestra vida en el que hubiéramos tenido paz. Mamá siempre decía que había que "llevarse bien… Como buenos hermanos" o que teníamos que "compartir las cosas… Como buenos hermanos", pero lo cierto es que no pudo ser. Papá, hombre pacífico y simpático –según decían los vecinos- nunca pudo soportar tanta hostilidad y se dio a la bebida.




Así que el día en que, sentados a la mesa de formica de la cocina, les comunicamos a nuestros sufridos padres que nos íbamos de casa fue toda una fiesta. La primera fiesta de verdad en muchos años. Hasta arroz con leche hizo mamá de postre que era la única cosa del mundo que a los dos nos gustaba. Bien es cierto que a Manolo se lo hacía siempre más caldoso y sin canela. Al acabar la velada papá vació tres o cuatro botellas de licor por el fregadero y lanzó una mirada tierna a los ojos llorosos y felices de mamá. Incluso se atrevió a contar un chiste de Arévalo.


En el piso confeccionamos una lista de reglas a cumplir. Por ejemplo, si invitábamos a una chica, o con el volumen de la música, o con la posesión del mando de la tele… Y parece que la cosa está funcionando a las mil maravillas. Esto es como todo y, día tras día, le repito a mi hermano Manolo:


“¿Ves como si uno se lo propone no es tan difícil llevarse bien?... Hagamos que florezca la armonía… Como buenos siameses.”

 





02 enero 2013

La herencia de la yaya





Me paso el día haciendo números para poder llegar a fin de mes; no sé si esto es vida. Como buen contable me gusta jugar con las cifras y no se me da mal ir arañando unos euritos de aquí y de allá para permitirme, de cuando en cuando, algún caprichito.
Comparto piso con un estudiante chino que estudia en la Complutense. No parece mal tío. Habla más bien poco pero paga religiosamente su parte del alquiler que, en estos tiempos que corren, no es poco.
Me gusta sentarme en el sofá a ver jugar a mi Atleti de mi alma. Esos días tienen una magia especial para mí. Me compro un par de cervecitas, en el todo a cien, y con una bolsa de patatas al jamón me pego un festín de la leche.
Los sábados me levanto a las doce y no me afeito en todo el fin de semana, ¿para qué?, si ya tengo cinco días para hacerlo en los que siempre me corto.
Soy un tío sencillo.
Hoy, me he quedado en casa porque estoy con una alergia del copón y no es plan estar todo el día moqueando encima de los compañeros. Claro está, que me he traído trabajo para casa, ¿de qué si no me iban a permitir el  lujo de faltar al curro?...
Tocan al portero automático. Que abra otro vecino que yo como si no estuviera. Insisten una y otra vez. Venga, que me levanto y abro a lo loco; sin preguntar.
Una taza de café y a ver si termino esto que tengo a medias…


Suena el timbre de mi puerta. ¡Cómo sean los de jazztel, les voy a mandar a tomar vientos! ¿Se han confabulado todos contra mí para no dejarme trabajar? Voy a ver por la mirilla. Un señor serio de traje oscuro. ¿Quién es?... Traigo una carta para usted… Me recuerda al programa de la Gemio. ¿Para mí?... ¿No será una multa?... No, no, descuide. Vale, espere que ya le abro.
Parece un papel oficial; al menos tiene un par de sellos de color morado… Comienzo a leer y bla bla bla… Siento una flojera tremenda en las piernas… ¡No puede ser!... La yaya… ¡Sagradocorazondejesús!…
El señor del traje oscuro me coge del brazo y me ayuda a entrar al pisito. Me tengo que sentar. Estoy aturdido y no creo que estas patas de alambre que tengo me sujeten… Pero ¿qué ha pasado con la abuela?...
Tranquilícese, entiendo perfectamente lo conmocionado que está. No es el primero, ni el último que se desvanece cuando le damos esta noticia. Su querida abuela ha fallecido y al ser usted su único pariente vivo, es el legítimo heredero de la hipoteca que ella contrajo con nosotros hace 34 años…


 


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