Era lo que debía hacer. De lo contrario, me habría consumido viéndote crecer, sabiendo que siempre serías la favorita.
Esta mañana tuve que insistir mucho para que me dejaran sacarte de paseo. Y mentir un poco. No podía decirles dónde iba a llevarte porque me lo habrían prohibido y, además, era un secreto de hermanos. Solo nuestro. Quería enseñarte los acantilados y el mar. De cerca. Lo más cerca posible.
Mientras caminábamos, sonreías recogiendo flores y piedras en una cesta, parloteando en tu lengüecilla de trapo. Qué bonita estás cuando se te marcan esos hoyuelos que tienen fascinado a papá... Te confieso que estos últimos años han sido terribles para mí. He dejado de ser hijo único, el ojito derecho de mamá, su niño, para convertirme en el hermano mayor. Me han despertado tus cólicos, me he pringado con tus cacas, has emborronado mis dibujos con tus babas y, lo peor, papá me obligó a regalar mi colección de canicas para evitar que te ahogaras.
No te guardo rencor, hermanita, pero ha llegado el momento de despedirnos para siempre.
Diles a papá y mamá que los quiero muchísimo y, también, que saltar no era mi primera opción.