Acaba de entrar en la cafetería; confirmado, las 8:30 en punto.
Es imposible no sentir su presencia ya que la fragancia del local cambia al instante. El olor a tostadas y a café recién molido queda sepultado por ese perfume a rosas frescas.
Desde mi silla, junto a la cristalera, percibo los tímidos rayos de sol cobrando fuerza, ganando intensidad y calidez. Con un gesto rápido abro y cierro mi mano, intentando capturar el momento de olor y calor, y lo guardo con rapidez en mi bolsillo.
Diez pasos de tacón hasta la barra y las mismas frases, cada mañana.
-Buenos días, Marcial… café solo con dos azucarillos, por favor.
-Marchando uno solo para la señorita.
Debo ser tonto, pero me he acostumbrado a esta breve rutina de cada día y confieso que estoy enganchado.
Me gusta escuchar su caminar, respirar su perfume y sentir que no soy el único que espera su visita, también el Sol aguarda su entrada para asomarse tras los cristales.
El ritual termina siempre del mismo modo...
-Hasta mañana y que pase un buen día.
-Hasta mañana.
Llevo mi dedo índice al reloj, las 8:43, ¡no falla! Trece minutos. Se marcha. Diez pasos hacia la puerta… El sol batiéndose en retirada; el olor a rosas escapando por la puerta tras ella y, de nuevo, el aroma del café tomando posesión de su escenario… En mi cabeza todas estas sensaciones y tan solo dos palabras “hasta mañana” que me brindan la posibilidad de un nuevo encuentro.
Durante todo el día ando metiendo y sacando mi mano del bolsillo de la chaqueta. Es curioso el calor que guarda a pesar del paso de las horas. Con los ojos cerrados, me la acerco a la cara para que me envuelva. No sé si es magia o no pero podría jurar que sigue oliendo a rosas…
Daci, mi compañera desde hace algo más de dos años, debe pensar que estoy loco aunque ella, mejor que nadie, conoce mis sentimientos. Pasamos largas horas conversando a diario; es decir, hablando yo y escuchando, con infinita paciencia, ella.
En ocasiones, cuando la oigo bostezar, la llamo por su nombre “Daci, Daci…”. Acude a mi lado, lenta y perezosa, sintiéndose la “otra”…Sé que está celosa y enfadada.
La pido disculpas por lo pesado que soy; la rasco el lomo y mi fiel amiga acerca su hocico a mi cara como si me besara. Yo, hago lo propio, la lleno de besos, la abrazo con fuerza, la hago cosquillas en la tripa, nos tiramos por el suelo simulando una pelea, le digo que es la más guapa de todas, que sin ella no sé qué habría sido de mí, que la quiero, que la adoro, que ella es “mis ojos”, mi guía… que es mi chica...