Aligeraron con el
martillo, el taladro, los cinceles y la pistola de clavos para dejarlo colgado
en la cruz antes de que la capilla se llenara de padres, invitados y
catequistas. A pesar de que Grillo lo empapó con agua bendita y Gominola recitó
en latín un salmo, capaz de resquebrajar las puertas del averno, no sucedió
nada sobrenatural, salvo un par de madres desmayadas. Apenas tuvieron
repercusión los lamentos infernales del crucificado, ensombrecidos, quizás, por
el volumen de la música, que corrió a cargo de Jessi-Diyey. Ni el tipo vomitó
verde ni su cabeza giró en círculos ni habló en arameo ni le quemó el crucifijo
que incrustaron en su pecho. Tras el desconcierto inicial, todo quedó en una
chiquillada: los niños ayudaron en la ‘desclavación’, pidieron perdón,
aceptaron reprimendas y cachetes y corearon juntos el ‘oh happy day’ vestidos
de comunión. Definitivamente, el padre Evaristo no era el demonio.
ilustración de @quepazamonstruo
Tercer premio Concurso Microrrelatos Infernales. Café Bar Los Infernales y Librería Los tres hermanos de Moriarty