Tras
el sonido de la sirena, los alumnos del exclusivo internado “Whatson” entran
en sus aulas, con orden y disciplina. Uniformados, perfecta y pulcramente, toman
asiento, en sus respectivos pupitres, y comienzan las clases. En el mudo
pasillo, unos pasos atropellados rompen el silencio. Se oye el crujir de una
puerta al abrirse y en el aula irrumpe Jonas Bourmeouth ensangrentado.
–He
conseguido zafarme de mis secuestradores... –comenta exaltado el joven.
–Sr.
Bourmeouth, acaba de interrumpir la clase de álgebra y conoce usted los
estrictos que somos en el colegio con estas faltas de orden –responde el
maestro.
–Pero
señor Feelmayer, ¿ha escuchado usted lo que acabo de decirle..? Estaba secuestrado…
Me han cortado un dedo para exigir un rescate y he conseguido huir de mis torturadores…
–Entiendo
su excitación, pero ¿se da cuenta usted de cómo está poniendo todo de sangre?
No es razón suficiente para interrumpir mi clase, máxime cuando sabe, de buena
tinta, lo estrictas que son las normas del internado que, salvo causa
justificada, ningún alumno puede entrar al aula una vez cerrada la puerta…
–Esto es de locos. Le digo que he estado a punto de morir. Me estoy desangrando…
Mis padres no tienen noticias mías desde hace…
–¡Basta
de excusas, Bourmeouth! Está usted faltándome al respeto a mí y a todos sus compañeros,
amén de que no trae el uniforme completo… No son formas. ¡Salga inmediatamente de la clase!
¡Expulsado!
El
joven sale del aula y comienza a correr por el largo corredor hacia el despacho del
director. No da crédito a lo que acaba de ocurrir. Dolorido, amputado, y sangrando cada vez más, entra en el despacho del Sr. Whatson. Un grito de alivio
sale de su atormentada garganta al comprobar que sus padres se encuentran ahí. A punto está de desplomarse...
–Papá,
mamá… He conseguido huir de mis secuestradores…Me duele…