Mientras la impía lluvia borraba la
rayuela, la niña, que
no quiso cobijarse con las demás, tomó la piedra lanzándola al primer cuadrado.
A la pata coja, la recogió con rapidez. Debía apresurarse en terminar la
partida antes de que el tablero quedara convertido en un lodazal.
Una nueva
tirada, y otra… A medida que consumía casillas, las piernas le cedían y necesitaba
mayores esfuerzos por mantener el equilibrio. Calada hasta los huesos se agachó
con dificultad para el último tiro.
Desde los soportales
de madera, unas asustadas chiquillas comenzaron a gritar al ver como una anciana caía
desplomada sobre la desdibujada meta.
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