Visitar su taller era la
fantasía de cualquier niña del parque, pero él me había elegido a mí. En lugar
de sacarme una chocolatina de la oreja, como a las demás, me entregó un papel arrugado
en el que había escrito que yo era la ganadora. Aunque me moría de ganas por
contárselo a mis amigas, dijo que ese sería nuestro secreto.
Al llegar, me desilusioné un
poco. Aquel sitio parecía cualquier cosa menos un taller de magia. Vale que
había un hombre de hojalata, pero ni capas, ni varitas, ni chisteras. Ni
siquiera una paloma. Iba a marcharme cuando levantó una tela y lo descubrió. Frente
a mis ojos, el baúl mágico que me ‘teletransportaría’ a Oz, repleto de chucherías, vestidos ‘dorothy’ y fotos de niñas: antiguas
pasajeras, supuse. Dijo que únicamente funcionaba con niñas especiales,
por lo que debía permanecer muy callada cuando comenzara a moverse. Y dormirme
sin rechistar porque el viaje era largo.
Estoy contentísima esperando
aquí dentro, aunque me hubiera gustado poder despedirme de mamá para demostrarle
que no eran cuentos chinos, que la magia existe de verdad.
#Microrrelato finalista XI Premio de Microrrelatos Colectivo Manuel J. Peláez