Mi nombre es Veinte, Jhony Veinte, y no recuerdo dónde nací. Lo que sí sé es que no me queda mucho tiempo.
Llevo años viajando por el mundo. He cruzado fronteras
sin mostrar nunca mi identidad; jamás fue necesario. He paseado al
lado de chicas maravillosas y compartido sábanas con ancianas
solitarias.
Me vi involucrado en un asunto turbio relacionado con drogas. No era la
primera vez. Recuerdo una tremenda reyerta por unos gramos de coca. En
ese escenario estaba yo, impasible, como un tipo duro y frío, casi
diría que valiente y altivo. Ese día había salido "a
pillar algo" con Alex, un gran cabeza loca, empeñado desde chico en
complicarse la existencia. ¡Con la buena vida que habría podido
llevar!...
Tras
la tremenda trifulca me separé de él. No tengo grandes recuerdos de
lo que sucedió a continuación porque, creo, que iba un poco "puesto".
Después
de muchas vueltas recorriendo bares de copas conocí a Graciela;
hermosa mujer. Trabajaba en la calle y alquilaba su cuerpo al mejor
postor.
Esa
noche decidió acabar temprano y nos retiramos a su casa. Y digo nos
porque fui con ella. Entró descalza con sus zapatos en
las manos, sin hacer ruido. Se dirigió al lavabo. Le observé mientras
se desmaquillaba los ojos con un aceite de baño barato, de esos que se
utilizan para niños. Se quitó la ropa de trabajo y se dirigió hacia una
pequeña habitación donde un pequeñito soñaba en su cuna. Se acercó a
su carita y le besó con ternura. Comprobó con los labios la temperatura
de su frente y respiró profundo. Creí ver lágrimas en sus ojos, aunque
pudiera ser el aceite que se acababa de aplicar. Al lado, una
mujer dormitaba su cansado cuerpo en una silla.
-Buenas noches, Laura. ¡Venga, despierte y vaya a su casa que es tarde! Aquí tiene su dinero...
-Gracias, señorita Graciela.
Acompañé
a Laura. Su casa era apenas una
habitación en un chamizo que compartía con tres niños. La estancia se
componía de dos colchones, una mesa con cuatro sillas y dos maletas
(curioso mobiliario). Cuando llegamos, una niñita de siete u ocho años se
levantó descalza y se abalanzó al cuello de la madre besándole con
amor.
Laura se quedó dormida abrazando a su ángel, porque así era como llamaba a la niña. Observar esta escena me enterneció, lo confieso.
En
pocas horas amaneció. Laura se levantó con un sigilo
sacramental para no despertar a sus hijos. Quería que ese día fuera
especial porque su pequeño Manu, cumplía tres años. Iba a comprarle
una tarta y un regalito y lo celebrarían todos juntos, en familia.
Desde hacía algún tiempo no podía dar mucho a sus hijos; ni siquiera
tiempo. Las cosas no habían sido fáciles para ella y decidió huir de su cárcel de golpes para comenzar a respirar... Vivían, practicamente, escondidos
en esa habitación de la que Laura solo salía para echar una horillas
limpiando casas o cuidando niños. Pero se había jurado que su mundo iba a cambiar y la tarta para Manu no faltaría ese día.
Perdí
la pista de Laura en la caja del Súper, pensé que me había dado
esquinazo. Allí, una cajera se fijó en mí. Me sentí casi halagado que,
entre tantos, posara su mirada precisamente en mí...
-Míra, Clara ¡qué viejo!... Hmm, habrá que dárselo al encargado... está tan deteriorado.
-Sí... Observa, alguien escribió su nombre en este billete de 20€... "Jhony ... 20".
Porque sí, eso es lo que soy, tan solo un billete de 20€ ... Pero, con mucha imaginación.
Sabía que mi tiempo se agotaba. Uno se da cuenta de estas cosas y más cuando se emiten campañas de recogida de billetes usados. Son cuestiones de sanidad... Lo entiendo.
He
viajado, vivido y pasado por tantas manos y tantas carteras, que
podría escribir un libro. Esto de ser un cuenta-cuentos lo
pensé demasiado tarde. Aquí queda la historia de mi último día
y del epitafio que alguien escribió, algún día en rojo,
para mi: