26 noviembre 2023

Teoría de los imanes y viceversa

 (2º Premio IV Edición del Certamen de Relato Corto ‘Pueblos y Sabores’)


TEORÍA DE LOS IMANES Y VICEVERSA 

Sonia

Con motivo de nuestro décimo aniversario, Evaristo me sorprendió reservando mesa en un restaurante carísimo. Decían de él que ofrecía la mejor carta delicatesen de toda la comarca, con más de treinta y cinco platos para degustación, y, también, que su vino de Rueda tenía el sabor de las cosas que se hacen sin prisa. Igual que mi relación con Evaristo. Forjada pasito a pasito desde la escuela.

Me compré un vestido de satén en un tono dorado pálido porque sospechaba que íbamos a celebrar algo transcendental. Cuando llegué, él ya estaba sentado con su traje negro, en el lugar más íntimo de todo el local. Deslumbraba. Aún sin gafas, pude apreciar el aura que desprendía. Una silla mal colocada me hizo trastabillar un poco y creo que alguna copa rodó por el suelo, no conseguí verlo con nitidez. Evaristo se levantó, galante como siempre, y tomó amorosamente mis manos haciéndome sentar con rapidez.../... (continúa)

Evaristo

Reservé mesa en el restaurante más caro de la provincia y en el lugar más alejado de la entrada. No quería toparme con ningún conocido del trabajo o del gimnasio. Los precios de la carta no eran aptos para todos los bolsillos, por lo que no era probable que nos encontráramos con nadie. Había resuelto poner fin a mi relación con Sonia. Diez años juntos. Toda una maldita década tirada a un contenedor de residuos.

La vi llegar con su sonrisa pazguata, vestida de burbuja freixenet, sin el menor pudor y dando tropezones con todas las sillas. Sonia y su puñetera manía de no ponerse las gafas porque dicen que la afean. De la mesa contigua rodó una copa que empapó a un caballero. Tuve que levantarme a la desesperada para agarrarla por las manos, sentarla y disculparme con el resto de comensales. Vi mohines de desaprobación y sentí vergüenza, la verdad. Tanta, que necesité aflojarme el nudo de la corbata para evitar que mi cara se congestionara y acabaran reventado mis ojos.../...

 

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16 octubre 2023

Lazos invisibles

 

Supe que el recluso solicitó cambiar de letrado. «Reclama imposibles», apuntaban. Me acerqué dubitativa. Tras las obligadas presentaciones cliente-abogada, intenté formularle algunas preguntas. Se adelantó admitiéndose culpable. Dijo que aceptaría cualquier pacto; que solo necesitaba poder despedirse de un amigo con el que siempre estuvo conectado. Últimamente, sospechaba que algo iba mal. Afirmó que, de no conseguirlo, olvidara el camino de retorno. Me conquistó cuando dijo que mis ojos eran campos de lavanda y que le recordaban a una hija que decidió enterrarlo hacía mucho tiempo. Resultó complicado. Demasiados impedimentos por parte de la prisión. Sherlock, así se llamaba su perro, iba a ser sacrificado. El tiempo apremiaba... Tras semanas de extenuante papeleo, el juez autorizó un vis a vis extraordinario. Sherlock estaba ciego, arrastraba desmañadamente las patas, pero algo invisible permanecía inalterable. Hubo babas, interminables abrazos y un llanto a dos voces. «Te eché de menos, viejito», repetía emocionado.


Microrrelato ganador septiembre Microrrelatos de Abogados. Aquí se recoge la noticia.

PALABRAS DEL MES: lavanda, retorno, formular, pactos, conectado

Desandar

 Relato ganador #surrealismopuro convocado por Zenda e Iberdrola

Desandar

 

Fue mamá quién aseguró haber escuchado tres golpes en la caja, justo en el instante en que se derramó la primera paletada de tierra. Aunque algunas vecinas trataron de tranquilizarla, porque entendían su dolor, ella gritó a los sepultureros que abrieran de inmediato el ataúd. A regañadientes, aceptaron mientras se hacía el silencio en el camposanto. Dentro, papá, ataviado con el mejor de sus trajes, recibía el aire fresco con una amplia sonrisa y un poco de carraspera. En vida siempre había sido un hombre cordial y afable y, cuando llegaba el otoño, su garganta acostumbraba a resentirse. ¡Bienvenido, de nuevo, maldito otoño!, fue lo primero que dijo. Le ayudamos a incorporarse entre mamá, don Anselmo, el viejo párroco, y yo mientras sacudíamos de su ropa la arena y los pétalos de rosa que habíamos depositado en el interior. Si bien a mamá se le desparramaron los ojos de lágrimas por volver a escucharlo, dijo muy enfadada que, si aquello era otra de sus bromas, tenía muy poquita gracia, que habían venido todos los vecinos, los de las partidas de las tardes, sus amigas de manualidades y hasta Paquita Peña, la que –según decían en el barrio– era una hija secreta de mamá.

Papá pidió perdón a todos los allí reunidos por el trastorno de tener que devolver las docenas de ramos y coronas que habían traído para despedirle. Se disculpó con afecto de sus compañeros de “mus” por no poder acabar el torneo e hizo un guiño a Paquita Peña. Dicen que le escucharon decir que cuidara de su verdadera madre y que no hiciese caso de pamplinas de chismosas. Luego, besó en los labios a mamá y explicó que había olvidado algo muy importante. Que no sabía muy bien qué era, pero que necesitaba recuperarlo antes de encomendarse al sueño eterno. No hubo manera de hacerle entrar en razón, ni siquiera cuando le dijimos que tía Margarita estaba siendo trasladada al hospital tras desmayarse al verlo salir de la caja. Un infarto, creo que afirmó uno de los sanitarios. Menudo susto se llevó la pobre. Después de velarlo durante toda la noche y hartarse de llorar con mamá mientras lo amortajaba, parece que su maltrecho y deshidratado corazón no pudo resistir más emociones... 

(continúa leyendo aquí).



13 julio 2023

Para niñas especiales

 

Visitar su taller era la fantasía de cualquier niña del parque, pero él me había elegido a mí. En lugar de sacarme una chocolatina de la oreja, como a las demás, me entregó un papel arrugado en el que había escrito que yo era la ganadora. Aunque me moría de ganas por contárselo a mis amigas, dijo que ese sería nuestro secreto.

Al llegar, me desilusioné un poco. Aquel sitio parecía cualquier cosa menos un taller de magia. Vale que había un hombre de hojalata, pero ni capas, ni varitas, ni chisteras. Ni siquiera una paloma. Iba a marcharme cuando levantó una tela y lo descubrió. Frente a mis ojos, el baúl mágico que me ‘teletransportaría’ a Oz, repleto de chucherías, vestidos ‘dorothy’ y fotos de niñas: antiguas pasajeras, supuse. Dijo que únicamente funcionaba con niñas especiales, por lo que debía permanecer muy callada cuando comenzara a moverse. Y dormirme sin rechistar porque el viaje era largo.

Estoy contentísima esperando aquí dentro, aunque me hubiera gustado poder despedirme de mamá para demostrarle que no eran cuentos chinos, que la magia existe de verdad.




#Microrrelato finalista XI Premio de Microrrelatos Colectivo Manuel J. Peláez

Amanda, o alguien que se le parece

 

Amanda, o alguien que se le parece

 

Encontrar romántico el simple hecho de quedar un lunes a eso de las seis en El Retiro, como cuando empezaron de novios. Pasear en silencio, aspirar el murmullo de la hierba. Sentarse en su banco frente al lago. Temblar, como el primer día, al sentir que Amanda acaricia sus manos y le pide que le mire a los ojos. Escuchar como ella le confiesa que se ha enamorado de otro. Que lo siente. Que siempre serán amigos. Que encontrará a alguien mejor... Aceptar la ruptura con deportividad. Estas cosas pasan. Acompañarla hasta el metro, hacerse el fuerte y despedirla con un beso. Llorar. Enterrar el anillo junto a un olmo, perder su trabajo. Llorar. Olvidarse de pagar al casero y regresar cada domingo al parque. Vestir, aunque deslucida y rota, la misma ropa de entonces. Creer reconocerla en cada mujer que pasea y, como un loco, gritar su nombre. Imaginar que es Amanda, o alguien que se le parece, quien se gira y arroja con desdén unas monedas al suelo. Emocionarse con semejante muestra de afecto, con verla tan bonita, con pensar que sigue recordándolo y exhibir orgulloso al mundo su sonrisa desdentada.



#Microrrelato finalista en el IX Certamen de Microcuentos – Vallecas Calle del Libro 2023

02 mayo 2023

Faltan cinco

 

Si el traje no es para mí, por qué se empeñan en decir que me sienta bien. Es azul y rojo con una araña gigante en el pecho y tiene una máscara con solo dos agujeritos para los ojos.  Cada mañana me lo pone una enfermera y, mientras desayuno, repite que soy especial. No consigo enfocarla bien con esta máscara inútil, pero me relamo imaginando que es mamá: mi deliciosa mamá. Todas las tardes me pinchan, me hacen pruebas... Aunque quiero llorar, jamás muestro debilidad con gente. Cuando me atan y se marchan, sí. Me desparramo y lloro con todos mis ojos. Sí, sí, con los siete.



Finalista semana 25 #Relatos en cadena #Cadena Ser


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