29 septiembre 2018

La última confesión de Rosina



Creo que fueron sus coletas las que me enamoraron. O la bofetada que me propinó cuando, acercándome a su cuello, en ese minúsculo espacio compartido con un lunar, le besé. Algo sucedió porque, desde entonces, me convertí en la diana de sus dardos. Dijeron que comenzó a fumar cuando supo de mi asma y que se casó con el tipo más indeseable del barrio por darme celos.
Sufrí, pero años después, cuando nos reencontramos y me pidió una oportunidad, solo pude contestar afirmativamente.

Hace tiempo que se marchita. A los chicos no hemos querido preocuparles con malas noticias. Insistieron tanto en costearnos este viaje, que se lo debemos.
He sido feliz y ella, a su manera, también. Me ha abrazado nada más arrancar el tren y he sentido esos ojos de caramelo recorriéndome. Sabe que le queda poco y necesita sincerarse. Pedirme perdón por cada una de las veces que consiguió herirme. Le he rogado que callara. Primero, con besos y, luego, cubriendo su aliento con mi mano. Comprimiéndolo. Silenciándolo para siempre. Después, he ingerido algo en cantidad suficiente para no volver a despertar. Me supo amargo, casi tanto como escuchar de sus labios que yo no era el padre.





Participando en ENTC
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