Ha decidido partirse en dos.
Para desligarse, durante horas, de todo lo sucio que sucede bajo su cuello.
Para poder regresar a su esquina junto al callejón, donde alguien habrá vuelto
a vomitar sobre orines atrasados. Cerca del altar de cartones en el que una
anciana enferma solloza en vino por el gato que acaban de matarle. Sometida al
sexo con la docilidad de una oveja vieja y donde solo desea que las bestias
recorran, mudas y efímeras, su cuerpo. El asco gotea. Se condensa en una única
lágrima que aparta de un manotazo nada más brotar, mientras escucha orinar
distintas melodías de deseos satisfechos. Es su forma de sobrevivir en una
ciudad que late de espaldas. Cuando amanezca, subirá a su cuarto. Apartará
dinero para el casero. Para su madre… Para las clases de teatro. Y en la ducha,
el jabón arrancará las huellas, los mohos y lo podrido que le han envuelto como
segunda piel. Bajo el agua, volverán a unirse sus dos mitades y, frente al
espejo –seca, ya limpia– se observará ensayando distintas muecas mientras
declama, una vez tras otra, su frase. Apenas cuatro palabras, con las que, esta
vez sí, desea convencer en el casting.
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La idea es ponerle palabras a esta maravillosa foto de LEIBOVITZ
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La idea es ponerle palabras a esta maravillosa foto de LEIBOVITZ