Cuando se despierta, adora contemplar a Roberto durmiendo en la cama. Pero hoy no ha sido así. Su traje no colgaba del perchero. Quizá madrugara. Canturrea hacia la ducha. Tampoco está su albornoz. Se sorprende. El agua brota fría. Suena el móvil. Coge una toalla y avanza descalza. Cuelgan. Número oculto. Bufa. Decide telefonearle. Busca en la agenda. No hay “robertos”. Maldice; no recuerda el número.
En el clóset, una caja de pastillas intacta. Sonríe. Extraña el gel
de afeitado, su loción, la gomina. Tiembla. Acude al dormitorio. Abre el
guardarropa. Faltan camisas, el abrigo, pantalones… una maleta. Corre
al salón. No encuentra los discos de vinilo. Anda y desanda el pasillo
aturdida. Decide no ir a trabajar. Ovillada sobre las baldosas enciende
un pitillo. Lo había dejado. Su lengua lametea los rosados queloides de
sus muñecas. Le alivia. Repara en el álbum de fotos del verano: ella
paseando. Ella tomando un helado. Ella riendo… Ella sola. La angustia se
hace densa en su cuello. Marca el teléfono de su madre. Le dice que
Roberto se ha ido y que alguien lo ha borrado de todas sus fotografías.Al otro lado, una mujer cubre su boca y llora. Han regresado.
Mi participación mes de junio, tema monstruos, ENTC.




