Si viera, madre, las mordeduras que me hicieron los zapatos… Tuvo usted tino cuando dijo que eran pequeños, pero me encapriché y no podía dejarlos allí. Qué bien sientan con el vestido azul, el ajustado de terciopelo, que me cosió cuando vino del pueblo. Hasta contorsionismo hago para subirme la cremallera. Cuando termino, tengo las mejillas tan sonrosadas que ni colorete me pongo. Apenas, un poco de rouge en los labios. Con discreción siempre. Como a usted le gusta.
Hace unos meses, al salir del hospital, me encontré con Pepita, la hija del Antón. Ahora se llama Carla y es rubia. Me ofreció trabajo, pero, tranquila, solo por las noches para poder continuar mis estudios de peluquera. Pagan bien, madre. Muy bien. Así que no necesito que vuelva a enviarme dinero. En cuanto ahorre un poco, lo dejo, corro a buscarla y me la traigo conmigo para montar la peluquería. La extraño cada día. Tanto.
He dejado crecer mi pelo. Se va a alegrar cuando vea lo bonito y brillante que lo tengo.
Aunque se lo prometí, todavía sigo fumando. No se disguste. Me da seguridad para afrontar este cambio.
Sabe, madre, estoy feliz… Ayer me confundieron con una chica.
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