Hace muchos años que te conocí. Ya van para veinte. Era febrero y el frío no respetaba a nadie. Tampoco la lluvia. Recuerdo que nos presentó un médico, antipático donde los haya, en un hospital. Ese día yo estaba esperando. Hacía 8 meses que acudía puntualmente a mi revisión. Para ti era el primer contacto. Es curioso que, a pesar de conocer a tu hermana año y medio atrás, fuera un extraño el que se encargara de las presentaciones. Ella nunca me había hablado de ti; bien cierto es, que hablaba poco. Dr. Chinchilla era su nombre. Ginecología, Obstetricia y Tocología. Tú lo tienes olvidado aunque, en la memoria de mi procesador, aparece a menudo y nunca con agrado. Pero eso sería otra historia para otro momento.
Te recuerdo hermosísima, menudita, de piel muy clara, tranquila... quizá un poco sóla e indefensa. Todo lo contrario a la primera imagen que me viene a la mente cuando recuerdo a tu hermana, salvo por lo de "menuda".
En la sala te perdí de vista mientras el doctor te atendía y, desde lejos, te oí llorar. No te estaban dando buenas noticias. ¡Lástima, pequeña!.
Cuando, de nuevo, te tuve delante y vi tu cara sonrosada por el llanto te cogí la mano (tan pequeñita) y la apreté en un gesto de "colegas"... Sin mediar palabra te "adopté" par mí. Quise transmitirte con el gesto que iba a estar a tu lado sin saber bien para qué ni, en ese momento, para cuanto tiempo. "¡Tranquila, porque no estás sóla!".
El día siguiente, y los siguientes al siguiente fueron un deambular de consulta en consulta; de pruebas y más pruebas; radiografías, scanner, TAC y resonancias... Asístí a todo este peregrinar tuyo como acompañante. Tú lo sufristes y yo no te pude evitar ni una sóla de las "perrerías" que te hicieron. Todo lo sentí desde atrás.
Me impresionó ¡TANTO! tu entereza -teniendo en cuenta tu "tamaño"- que, desde el minuto uno, estuve encantada de conocerte... Estarás de acuerdo conmigo en que "concectamos" desde el primer día.
Es posible que descuidara un poco la relación que tenía con tu hermana y también es probable que se sintiera un poco celosilla por ello, pero tú me necesitabas completa: cuerpo y mente en exclusiva al ciento por ciento. Con ésto no quiero decir que ella se hubiera desentendido de tu problema, ¡NO!, sino que no era capaz de entender el alcance y la gravedad del mismo. Era demasiado joven.
Los seis años siguientes no fueron fáciles, para tí. Dolorosas intervenciones quirúrgicas y meses interminables postrada en una cama. Lechos preparados en hospitales y en tu casa. Recuerdo una Nochebuena "celebrada" en tu habitación. Ese mismo año también tomamos, nueve personas, en nueve metros cuadrados las 12 uvas.
Los veranos, que no estabas hospitalizada o convaleciente en casa, los pasabas en un bungalow de tus abuelos en el Mar Menor. Lo compraron expresamente para ti por el poder medicinal y curativo de las aguas cálidas de la zona, buenas para los huesos.
¡Cuantas vivencias!.
El séptimo año lo recuerdo con verdadera angustia porque tu vida estuvo pendiente de un hilo... Tras una de las numerosas operaciones que sufriste, no te encontrabas bien, aunque te esforzabas en mantener la sonrisa. No en vano, ya nos conocíamos un "tiempecito" y sabías que verte mal me preocupaba. A ratos te quedabas dormida. Me pareció que te sumergías en un terreno fangoso que te atrapaba. Naúseas continuas. El color voló de tus mejillas. La "cosa" no iba bien. Algo estaba fallando. Respiración descompasada, sin armonía. Inspiración, expiración y un quejido... que yo entendía de dolor. "¿Te duele algo, bonita?". No, estoy bien... solo un poco cansada. Paradas en el ritmo.
¿Dónde estaba ahora tu "hado"? Ése que aparecía en los cuentos que te contaba ¿Y el ángel de la guarda que protege a todos los niños? ¿Por qué nadie te echaba una mano?. Ni magia ni religión estaban por aliviarte el dolor. Sentí que perdías las fuerzas... que abandonabas la lucha.
No eran habituales mis visitas a la Iglesia, aunque éso es también otra historia que pertenece a otro lugar. Ahora quería intentarlo todo. Pasé por una, entré y recé para que mejoraras.
Ese mismo día lejos de mejorar, empeoraste.
Ese mismo día lejos de mejorar, empeoraste.
La ambulancia no tardó en venir. Con la sirena puesta sorteando coches y autobuses, saltándonos todos los semáforos llegamos al Hospital. Te acompañé mientras te hacían la primera exploración. Parece que decían que se trataba de un exantema en la piel con algo de gastroenteritis. De repente: "¡Salga, señora!... ¡salga!.
Suero a chorro...". Pero ¿qué estaba pasando?. La camilla salió veloz del gabinete empujada por cuatro sanitarios... "¡Rápido, a la UCI ". Tres plantas de ascensor; un pasillo ancho y oscuro y un letrero: "Unidad de Cuidados Intensivos". "Espere aquí"... Tu camilla continuó el camino acompañada del personal médico y sanitario en veloz carrera... "¡Sin constantes, rápido!". Te perdí de vista.
Permanecí de pie en el pasillo inmóvil, no sé cuánto tiempo... Salí de mi catatonia al escuchar a un doctor que me preguntaba si estaba sola. Recuerdo sus siguientes palabras: "La paciente se encuentra en estado crítico. Debe avisar a algún familiar".
(continuará)
Hermoso relato, en verdad senti lo mismo.
ResponderEliminarEscribes hermoso.
Con amor Evy
Impaciente esperaba tu siguiente relato. Leo cada palabra con emoción y encogimiento. Maravilloso. Espero la senguda parte. Un abrazo.
ResponderEliminarBienvenida Evelyn. Gracias por comentar. Un fuerte "achuchón".
ResponderEliminarSandra. De nuevo, muchas gracias por tus palabras tan bonitas. Un abrazo también para tí.
Me encantan tus relatos Towanda, como haces para atraparme con la historia. Percibo el enorme sentimiento y la sensibilidad a través de tus palabras. Espero la continuación. Guille.
ResponderEliminarMuchas gracias Guille. Eres muy amable y me animan muchísimo tus aportaciones. Dos palabras empleas en tu comentario: "sentimiento y sensibilidad"... ¡cosas que no abundan en el mundo!.
ResponderEliminarSin palabras...
ResponderEliminarGRACIAS POR ESTAR SIEMPRE :)
Watashi:
ResponderEliminarEspero no haberte puesto triste...
Gracias, siempre, a ti.
Un beso muy fuerte, reina.
Vengo desde Entre montones de libros.
ResponderEliminarUn relato conmovedor.
Espero que al final solo fuese un susto...
Escribes de una forma sensible y fabulosa.
Un saludo,
Rebeca.
Rebeka:
ResponderEliminarBienvenida, bonita.
Un relato que pertenece a la parte más íntima de mi blog y de mi persona.
Un placer que hayas buceado entre las letras para llegar a mi mayor tesoro.
Solo me queda darte las gracias.
Ah!, y mandarte muchos besos.
Muy bonito Towanda... aunque llego cuando todo esto ya esta en marcha,te felicito;nunca es facil desnudar el corazón pero estoy segura de que siempre es saludable, supongo que será muy importante para ella saber que has estado ahí a su lado desde el primer dia y que tu amor es para siempre.
ResponderEliminarMenudo regalo has hecho a tu pequeña con este relato... felicidades a ambas por seguir siempre mirando al frente
Hola Tere Rojo.
EliminarSiempre serás bienvenida y nunca es tarde para mí.
Desnudar el corazón es lo más difícil y gratificante que hay. Ella lo sabe todo y es una de mis razones para la VIDA (en mayúsculas). El resto de las cosas me importan en la medida que tienen.
Gracias, preciosa, por acercarte hasta las entrañas de este espacio; entrañas a las que no llega cualquiera.
Un beso muy grande, Tere Rojo.