14 noviembre 2010

El "llamador de ángeles" (parte I)

Lo tenía todo decidido. Hoy iba a ser el día en que descubriría, ¡por fín!, el por qué de tu silencio al pedirte una cita. 

Me levanté nerviosa y me arreglé de manera especial porque supe que te conocería. Me dirigí a la puerta de la oficina de Correos donde, después de semanas de pesquisas casi "policiales", se ubicaba la dirección de tu apartado. Ya me habían dicho que la información del domicilio del titular no se facilitaba a nadie pero, hasta para eso, ya tenía la solución: te había enviado un gran paquete envuelto en papel negro con estrellas de colores... quizá algo exagerado pero ideal para mis propósitos.

Nuestra historia comenzó siete meses atrás como si de un juego se tratase. Estaba ojeando una revista y al llegar a la sección de "contactos" te descubrí: "Armando, 35 años. Soñador, serio y formal. Me gustaría mantener correspondencia con mujeres, de edad similar a la mía, para amistad". Como datos de contacto, únicamente, Armando y en la dirección, un apartado postal.

Me gustó tu nombre y que eras un soñador. Lo de serio y formal me pareció un poco antiguo. Te escribí mi primera carta y te conté que me llamaba Alba, que tenía 30 años; varios desengaños amorosos; que trabajaba de cajera en un super y que quería, simplemente, conversar. Estaba harta de conocer "tipos" de aquí te pillo, aquí te mato. Nunca había hecho nada igual, ponerme a conversar con un desconocido, y me pareció algo diferente.

En una semana tuve tu respuesta. Me dabas las gracias por haber contestado tu anuncio, también me escribiste que eras divorciado, que te gustaba el cine, leer, conversar, viajar, reir y, sobre todo, soñar -dormido o despierto- pero soñar... Creo que me "enganché" ya en esa primera carta. Te respondí abriéndote más mi corazón...

Nuestras misivas volaban en una y otra dirección como flechas en un campo de batalla. Cada semana, sin falta, recibía tus buenas nuevas y yo te envíaba mis grandes penas, mis cabreos con el jefe o con algún compañero. Siempre tenías la palabra oportuna y la acción justa a seguir... Me enamoré, lo confieso... me enamoré. Sin haberte visto nunca y sin conocer tu físico -algo importántisimo, en ese momento de mi vida, para mí- me sentía profundamente enamorada de una persona que escribía palabras tan hermosas para mí, porque de ellas emanaba "vida". Te lo dije por carta: "Armando, me he enamorado...". Quería conocerte en persona y tocarte la piel y respirar el mismo aire que tú. Tardaste en responderme más de lo normal. Me asusté pensando que rechazabas un posible compromiso. Sentía desasosiego y estuve días enteros de mal humor. Miraba el buzón cada dos horas, todos los días. La espera se me hacía interminable.

Por fin el día que hacía el 18, sin noticias tuyas, me contestaste...


 (continuará)


3 comentarios :

  1. Pues no sé cómo escribiría el tal Armando, pero lo tuyo es increíble. Me encanta leerte. Tienes una facilidad inpresionante para describir todo cuanto se te pasa por la cabeza o piensas. Espero ansiosa la continuación de este relato (no sé si real o no). Un saludo y no tardes mucho!

    ResponderEliminar
  2. Me enganché, quiero saber ya que pasa, por suerte ya publicaste la segunda parte. Corro a leerla. Te felicito Towanda, que bien que escribes!

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...