Abrí la puerta como una exhalación ya que había decidido "montar una buena bronca". Sí, éso era lo que iba a hacer. ¿Burlarse de mí? y ¿en compañía de la enfermera de turno?... ¡No y mil veces, no! . Al menos, les haría pasar un "pequeño mal rato"...
Y allí estabas tú, Armando, mi amor... Te reconocí al entrar sin que nadie me dijera nada. Postrado en una cama, lleno de tubos y máquinas por todos lados, en semiinconsciencia. Supe que eras tú porque en esa estancia se respiraba vida y porque, por primera vez en días, sentía paz. Me quedé petrificada en el umbral de la habitación sin poder dar un paso.
La enfermera estaba colocando mi paquete de estrellas de colores en una mesita junto a las últimas cartas que te escribí, aún sin abrir. Había un jarrón con una rosa fresca, como recién cortada. Entre los pétalos una tarjeta con una leyenda manuscrita a pluma: "Para mi gran amor". Al lado opuesto, una pequeña cajita envuelta... ¡en papel negro con estrellas de colores!.
Cuando todo estuvo perfectamente dispuesto, la joven enfermera, se giró hacia mí, con la pequeña cajita en la mano. Tenía unos ojos verdaderamente preciosos. Me miró con una sonrisa plagada de tristeza y me llamó por mi nombre: "Alba, Armando te estaba esperando". Entonces me dió la caja; una carta que sacó del bolsillo de su chaqueta; me acarició con dulzura la mejilla y se desvaneció de la sala sin hacer el más leve ruido.
Una vez sólos, me senté en la cama, te tomé de la mano y te besé... mejillas, frente, ojos, labios... ¡Dios sabe cuánto!. Me acurruqué a tu lado y te toqué la piel. Te respiré profundo y te abrazé tan fuerte que temí lastimarte... ¡Cómo te amaba!
Te susurré al oído que te amaba y una sonrisa se dibujó débilmente en tu rostro consumido por la enfermedad. Aprestaste mi mano con las últimas fuerzas que te quedaban y me llené de tu amor sabiendo que mis sentimientos siempre habían sido correspondidos.
Mi historia acabó hace algunos días.
Cuando tengo ganas de llorar, leo la carta que dejaste para mí. Querías explicarme que nuestra correspondencia que, también, empezó como un juego para ti se convirtió en tu razón para seguir viviendo. Supe por las personas que te conocieron, en los últimos tiempos, que habías sido desahuciado por la medicina; que no había ninguna esperanza para ti. Tu caso era muy complicado. Y, también, que cuando recibiste mis misivas empezaste a mejorar. Incluso, dicho por los médicos, "mejorar bastante". Tanta era la nueva fuerza que notaste, que quisite conocerme: " ¡Dios mío, tú también querías una cita!"...
La realidad fue otra. Tus deseos y los designios dibujados para ti iban en direcciones opuestas. El cuadro clínico empeoró. En todo momento te tuvieron al corriente, aunque no hicieron falta demasiadas explicaciones. Lo supiste, sin más. Inclusive para preparar tu marcha fuiste un caballero. Hasta el último momento, en que conservaste tu lucidez, pediste una rosa fresca a diario en tu habitación... ¡Siempre me esperaste!.
Como decía, mi historia terminó hace tan solo unos días pero no la semilla del amor; la serenidad y los sueños y proyectos que Armando plantó en mí. Ésa, está germinando con fuerza, regada con el inmenso amor que aún le profeso.
Cuando abrí la cajita envuelta en igual papel que el que yo elegí para él, descubrí un "llamador de ángeles". Me lo colgé inmediatamente del cuello. Era una bolita de plata con sonido... y una nueva leyenda, ¡la última!, que él dejó para mí:
"Hace miles de años un grupo de duendes buenos huyeron del bosque donde vivían porque un enorme peligro les acechaba. Numerosas hordas de horcos, troles, goblins y redcaps estaban empeñados en hacerles daño. Encontraron un lugar mejor, alejado y en paz. Allí hicieron amistad con los ángeles. Éstos, viéndoles tan indefensos, les regalaron un colgante en forma de bola en cuyo interior habían dispuesto unas pequeñas campanitas que sonaban al agitarlo.
Cada uno sonaba de manera diferente a los demás. Ésto era para que cada ángel identificara el sonido de su duende protegido. Cuando alguno se sintiera en peligro lo haría sonar y su ángel acudiría en su ayuda.
Sólo había una condición y era que siempre lo utilizarían con corrección, nunca para obtener un beneficio propio... Porque si no la ¡magia desaparecería!".
Ahora, en esos días en que no me siento demasiado bien porque la pena me llena, agarro fuertemente con mi mano el "llamador de ángeles" y tengo deseos de hacerlo sonar, y que vengas en mi ayuda como en el cuento... Pero no quiero que la magia desaparezca, así que sólo lo aprieto con fuerza contra mi pecho; cierro los ojos; recuerdo todas y cada una de tus palabras y sonrío.
Y es que yo era como uno de esos duendecillos asustado que huía de todo hasta que le conocí...
Unas lagrimillas asoman en mis ojos. Has conseguido que me estremezca, me enternezca, que un escalofrío recorra mi cuerpo.
ResponderEliminarYo tengo un llamador de ángeles. Me lo regaló una amiga pero la historia no la sabía. Espero que mi ángel aparezca el día que lo haga sonar porque lo necesite.
Ha sido precioso, Towanda. Has conseguido que me traslade a aquella habitación y he podido sentir el amor que Armando y Alba se profesaban. No dejes de escribir, eres excepcional. Un fortísimo abrazo.
Me has tenido en vilo estos tres días esperando a que Alba encuentre a su amor, cuando finalmente esto sucede ya no lo puede tener. Una hermosa historia que te deja un halo de tristeza, como un amor que no pudo ser, como a veces la vida misma. Felicitaciones, espero mas historias.
ResponderEliminarSandra, me alegro de no haberte defraudado con el final...
ResponderEliminarMuchas gracias. No sé si conoces otra historia acerca de los tréboles de cuatro hojas (creo que es la imagen que tienes en tu perfil). Díce algo así como que "en un reino de hadas y brujas con un descontrol tremendo por la cantidad de hechizos que se producían, había un duende que cultivaba tréboles de cuatro hojas... Se los daba a las almas buenas para que ningún maleficio pudiera hacerles daño"... Algo parecido.
un fuerte beso.
Guille, me alegro que te haya gustado.
ResponderEliminarYo creo que el amor en sentido inmenso es algo que, aunque no pueda ser como en el caso que narra la historia, combina sentimientos de paz, felicidad, pena, alegría....
Sería AMOR PURO, con mayúsculas el que ellos se profesan. ¿Cuántos de nosotros y cuántas veces en nuestra vida hemos sentido algo tan inmenso?.
De nuevo, gracias.
Ola wenas! Soy una chica de Bilbao no se como llgué a tu blog pero está mui bien! Espero k tu t hags seguidor del mio ;D y q m sigas y m contes! muchisimas gracias! Saludosss!!
ResponderEliminarHermosa historia Towanda. La situación de ambos, tan cerca en el pensamiento mientras la realidad se empeñaba en separarlos, muestra la fuerza que puede tener el amor y a la vez lo frágil que puede ser el destino en manos del azar. Aquella decisión de ir a Correos puede que fuese siguiendo el sonido de un llamador.
ResponderEliminarEl mio fue el sonido del Sáhara el que me trajo hasta aquí.
Que la magia del desierto ayude a los saharauis!
Gracias a ti
Gracias por las palabras que me regalas en cada uno de tus comentarios. ¡Complicado ésto del amor!.
ResponderEliminarQuizá el sonido del Sáhara te trajo hasta aquí. yo confío en poder repetir esa música y que no te alejes mucho...
Gracias Carlos.
He leído tu relato por el título. Mi mujer y mi hija pertenecen al club de llamadores, y les ha funcionado. Yo escribí un relato también muy tierno. De tu cuento decirte que me ha gustado, aunque con el sabor agridulce de un final amargo, pero si la protagonista es feliz, yo también. Muy bien llevado el suspense, llegue a pensar que Armando era una mujer que no se atrevió a dar la cara, pero luego veo que no. Siempre existirán ángeles a los que llamar. Nos leemos.
ResponderEliminarXimens: No sabía que exisitiera un club de llamadores... Me parece precioso.
ResponderEliminarVoy a ver ahora el tuyo, estoy deseando.
Estoy contigo en que siempre existirán ángeles a los que llamar. En mi casa tengo uno (un ángel, quiero decir). Es mi hija menor, aunque a ella no le guste que yo lo diga...
Algo hay por ahí etiquetado en "intimísimo" que me podría definir un poco como persona. Cuando tengas tiempo echas una ojeada.
Voy corriendo pá tu casa....
Gracias, amigo.