27 julio 2012

Nos vemos a la vuelta de las vacaciones



Estaré ausente unos días y os esperaré a la vuelta. ¡Qué ganitas tengo, madre mía!

¡¡¡FELIZ VERANO PARA TOD@S!!! 


(entrada sin comentarios)


20 julio 2012

Tres cartas




Amigos desde la infancia. Compañeros de juegos y estudios. Noviazgo aprobado, y proyecto de vida en común aplaudido por familia y amigos...

"Tenemos el inmenso placer de invitaros a la fiesta que tendrá lugar con motivo de nuestro enlace matrimonial..."
 Adrián y Marina


Ella, radiante, sin poder controlar las mariposas de su estómago. Él, algo más serio, afanado en colocarse centrado el nudo de su corbata. Ella, feliz, sonriendo a diestro y siniestro, complacida con las muestras de afecto. Él, con una media sonrisa que dejaba entrever sus nervios. Ella, segura... Él, discreto.

Adrián Margallo y Marina Quesada se convertían en marido y mujer, una soleada tarde de junio. Todo olía a azahar, a jazmines, a agua fresca y a vida.

El tiempo fue pasando por sus vidas, llenando años y vaciando almas. 

Ella, tan perdidamente enamorada, como el primer día. Él, cada vez más distante y triste... Ella, conviviendo con mariposas que se alborotaban tan solo con imaginarle y él, sufriendo en silencio su desamor... Ella, feliz en su mundo imaginado y él, preso de una realidad que le atormentaba.

Caía el sol de la tarde mientras Marina cepillaba su pelo frente al espejo. Canturreaba divertida, exagerando muecas, cuando el cristal le devolvió el reflejo de un rostro desconsolado, casi una sombra. Tras ella, Adrián, se esforzaba en recomponer su semblante abatido; sus ojos ahogados en lágrimas, estaban a punto de desbordarse. Se volvió hacia él y enfrentándose al rostro marchito contempló, por vez primera,  la angustia y el dolor mudo que desprendía.
Le faltaron preguntas y le sobraron palabras para entender.

Pocos días después, una lluviosa mañana de otoño, el hombre que durante años fue dueño de su alma y de su cuerpo, salía de su vida por la misma puerta que, años atrás, cruzaron juntos. Le dejó marchar, serena y callada, sin llantos; con una hermosa sonrisa que utilizó como disfraz para su alma resquebrajada.


Permaneció sentada  frente a la ventana, hasta que le vio desaparecer y aún mucho tiempo después. 
Las mariposas, que fueron sus cómplices compañeras, salieron volando desde sus entrañas perdiéndose tras él en el horizonte.  Lloró desconsoladamente tantas ausencias mientras, con ambas manos, se pellizcaba el vientre en un intento desesperado por mantener el aleteo en su interior.
Algo de ella escapó por el mismo lugar y, al tiempo, tuvo la certeza de que una parte de ese gran amor permanecería siempre a su lado.

A pesar de ser aún una mujer joven y bella, jamás consintió en una nueva relación. Logró ser feliz a su modo, refugiada en sus innumerables lecturas y cultivando las flores de su jardín; tareas ambas, que le ocupaban una buena parte del tiempo.

Tres veces al año recibía una carta matasellada en lugares diferentes del mundo; sin texto y sin remitente. Coincidiendo con el día su cumpleaños. Una segunda, en junio. Y la tercera y más especial  llegaba con las lluvias de otoño. Mira, Genín, hoy tuviste carta de papá....






05 julio 2012

Au revoir



Dos hombres entraron en el despacho de la décima planta trajeados de la cabeza a los pies, como pulcros maniquíes expuestos en escaparates de las tiendas de mayor caché de cualquier “milla de oro”. En sus manos, un portafolios y en ambas cabezas, un discurso ensayado y aprendido.

En ese mismo lugar, de espaldas a la puerta, observando el mundo a través de una inmensa cristalera se encontraba un hombre menudo, de aspecto desaliñado, especialmente descuidado ese día.

Uno de los dos varones impolutos, mientras cerraba el inmenso portón de madera lacada, carraspeó para hacer notar su presencia.

            -Tome asiento, Sr. Sanabria… Tenemos algo muy interesante que proponerle y que le reportará...
            -NO. Mi respuesta es no; discúlpenme señores…
            -P-e-r-o… ni siquiera ha escuchado nuestras condiciones.
            -No hay peros ni condiciones que valgan. Me voy. Dimito. Au revoir…

Con esas breves palabras y una sonrisa de oreja a oreja dibujada en su cara, el hombrecillo salió satisfecho del despacho poniendo fin a su relación con la empresa.



Germán Sanabria tenía una rara destreza: podía escuchar lo que sucedía a su alrededor sin tan siquiera estar en la misma habitación. Le era suficiente un poquito de concentración para captar con pelos y señales los detalles de cualquier conversación.

El día que vino al mundo pudo oír como el doctor Buenaventura hablaba con su padre: El parto viene de nalgas; si no se colocase en las dos próximas horas deberíamos practicar una cesárea. Podría correr peligro la vida de la madre... y la del niño…”  
Germán decidió colocarse cabeza abajo y abandonar su postura sedente. No fue necesaria la cirugía; nació de parto natural.

Desde muy niño advirtió el potencial de esta gran habilidad que fue utilizando día a día, cada vez con mayor precisión y destreza.

Las calificaciones en el colegio y en el instituto siempre fueron brillantes, algo que no era de extrañar porque -con tiempo suficiente- conocía las preguntas que le iban a ser formuladas. Bastaba con que el profesor leyera, aunque fuese entre dientes el examen, para que Germán conociera de "pe a pa" el ejercicio.

Con el paso de los años, su capacidad se fue perfeccionando, convirtiéndose casi en un arte adivinatorio. Ya no solo escuchaba lo que otros pronunciaban, sino que supo llegar al lugar de la mente donde se gestaban los  pensamientos. Incluso practicó diversas técnicas para intentar cambiarlos… Pero esto es algo que pertenece a otra historia.

Como no podía ser de otra manera, todas estas aptitudes le vinieron muy bien para conseguir un buen trabajo en el mundo empresarial y gozar de una posición económica muy desahogada… Era el rey en las distancias cortas y, últimamente,  también en las largas.

Por estas circunstancias, a propios y a extraños, sorprendió la no aceptación del supercontrato y su dimisión.

Germán había escuchado durante mucho tiempo a los demás; dedicando demasiada vida en planificar las respuestas que se querían oír; tragando y desoyendo sus propias convicciones; sintiéndose engañado por lo que algunos decían pero no pensaban… Se había convertido en un triunfador para el mundo y, a la vez, en un gran fracasado para sí mismo.

Con treinta años, Germán Sanabria, desapareció. Decidió decir adiós a un mundo de poses y palabras medidas; demasiado predecible y cargado de falacias y dispuso, como prioridad para el resto de su vida, comenzar a escucharse a sí mismo.

De esta historia hace ya más de veinte años en los que se podría decir que nadie supo nunca más nada de él; al menos con certeza, aunque siempre hubo quienes aseguraron haberle visto en los sitios más insospechados...  Un paso por detrás de Obama el día que tomó posesión como Presidente, o próximo a la señora Merkel en una de sus cumbres o, incluso, cerca del papa Benedicto… A la gente le gusta demasiado hablar por hablar.

De un tiempo a esta parte se oyen voces que aseguran que, en un lugar de la montaña asturiana cerca del Naranco, hay un pastorcillo loco; un tipo especial y algo raro que parece conversar y reír a carcajadas con las ocurrencias impredecibles de su rebaño de ovejas.




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