Tras varias vueltas a la manzana consiguió, por fin, aparcar el coche. Esta tarea se había convertido en gloriosa hazaña en los últimos tiempos y ¡para colmo! el hueco elegido se encontraba algo retirado de su casa. Debía atravesar una transitada y bulliciosa avenida plagada de terrazas, para después adentrarse en un oscuro parque donde las parejas, entregadas a besos y caricias, se habían encargado de silenciar a pedradas todas las farolas, dotando así de intimismo y clandestinidad a su amor .
Únicamente era la luna la que iluminaba esa noche el terreno.
Cada vez que se hacía necesario pasar por este sombrío lugar, sentía los latidos del corazón tan fuertes en su garganta, que llegaba a pensar que el músculo cardíaco se había desplazado de su ubicación originaria y se había alojado allí, en tan estrecho habitáculo. A ésto se unía una sensación de asfixia y ahogo, similar a la que le hubiese producido tragar decenas de manzanas sin masticar… Un inmenso nudo por digerir que no permitía el paso ni a una mínima gota de saliva.
El bullicio de la calle se oía cada vez más lejano y el nerviosismo que le producía entrar en ese paraje tan negro se apoderaba de ella.
Caminaba avanzando a grandes pasos - rápidas zancadas con las que recorrer el camino en el menor tiempo posible- cuando advirtió que una sombra surgida de entre los arbustos, adquiría forma humana y se colocaba pocos pasos a la zaga. Paró en seco para tomar aire, moviendo los ojos de un extremo a otro de sus cuencas, intentando escudriñar qué o quién era lo que tenía detrás. No podía girar la cabeza por miedo a toparse con la cara de algún extraño. El desasosiego le estaba paralizando el cuerpo. Presintió una mirada clavada en su nuca; tragó saliva y se estremeció cuando un escalofrío le recorrió de cabeza a pies…
Comenzó a correr como una posesa, pisoteando guijarros y ramas secas. El dueño de la sombra, o quizá el eco de sus pasos en la espantada, le hicieron creer que, fuese lo que fuese, lo que tenía a su espalda estaba cada vez más cerca…
... Más y más cerca...
Una estrepitosa risa y una respiración jadeante, que venía de detrás, le confirmaron la sospecha: alguien le estaba siguiendo. Corrió más y más deprisa, sin aliento, ahogándose en una respiración descompasada… Estaba casi al final del camino y ya alcanzaba a ver las luces de su calle… Solo era necesario un último esfuerzo y la pesadilla habría terminado…
Se abalanzó contra la puerta de su portal, que abrió con violencia y desesperación. Sin retirar la mirada del frente la cerró rápidamente de una patada. No podía parar esa frenética carrera en seco y detenerse a esperar el ascensor, aún no se encontraba a salvo, por lo que continuó subiendo enloquecida las escaleras hasta el segundo piso… Una vez dentro, con la puerta cerrada y atrancada con todos los cerrojos de que disponía, se sentó en el suelo temblando... Entonces cambió el ritmo enloquecido de los últimos minutos y comenzó a respirar tranquila. Ahora sí estaba segura…
Suspiró aliviada; miró su reloj que marcaba la una y media; se llevó ambas manos a la boca y con los ojos mirando hacia el techo... sacudió su cabeza y, con una sonrisa de complicidad con la protagonista, cerró el libro que tenía entre manos mientras apagaba la lamparita de su mesilla…
¡Ya se había hecho muy tarde e iba siendo hora de ir a dormir!…
