Aligeraron con el martillo, el taladro, los cinceles y la pistola de clavos para dejarlo colgado en la cruz antes de que la capilla se llenara de padres, invitados y catequistas. A pesar de que Grillo lo empapó con agua bendita y Gominola recitó en latín un salmo, capaz de resquebrajar las puertas del averno, no sucedió nada sobrenatural, salvo un par de madres desmayadas. Apenas tuvieron repercusión los lamentos infernales del crucificado, ensombrecidos, quizás, por el volumen de la música, que corrió a cargo de Jessi-Diyey. Ni el tipo vomitó verde ni su cabeza giró en círculos ni habló en arameo ni le quemó el crucifijo que incrustaron en su pecho. Tras el desconcierto inicial, todo quedó en una chiquillada: los niños ayudaron en la ‘desclavación’, pidieron perdón, aceptaron reprimendas y cachetes y corearon juntos el ‘oh happy day’ vestidos de comunión. Definitivamente, el padre Evaristo no era el demonio.
ilustración de @quepazamonstruo
Tercer premio Concurso Microrrelatos Infernales. Café Bar Los Infernales y Librería Los tres hermanos de Moriarty
Vaya escena la que describes, Towanda.
ResponderEliminarBuen relato. Felicidades por la mención.
Mil gracias, Alfonso. Ya ves, chiquilladas 😅. Un abrazo 🤗
EliminarHabía que probar sin miramientos, que el Innombrable es el rey del engaño.
ResponderEliminarDe nuevo lo leo y me gusta más aún. Es excelente, maestra!!
ResponderEliminarBesicos muchos.